Branquinho Errázuriz no es cualquier gato: es el funcionario más singular de la Embajada de Brasil en Chile. Llegó como callejero al Palacio Errázuriz y terminó con corbata, credencial oficial y hasta doble nacionalidad. Hoy, a sus más de 10 años, patrulla los pasillos diplomáticos, recibe visitantes en recepción y exige, como todo buen diplomático, alimento premium y snacks de lujo.
El felino cuenta con rutinas dignas de embajador: siestas estratégicas, rondas de seguridad por el jardín (donde siempre vuelve cubierto de tierra), y saludos bilingües en español y portugués. Con credencial en el cuello y moño tricolor para las Fiestas Patrias, Branquinho se ha transformado en la cara más tierna de las relaciones bilaterales entre Chile y Brasil.
