¿Te pasa que te encanta como te ves en el espejo pero en las fotos pareces otro ser humano? Tranquilo, no estás solo. La ciencia lo explica: estamos tan acostumbrados a vernos reflejados (y al revés) que cualquier imagen no invertida —como la de una foto— nos parece rara o derechamente injusta. Además, tu espejo no te congela en medio de una mueca rara ni te ilumina como una linterna en la cara.
Por si fuera poco, las cámaras tienen lo suyo: distorsionan según la lente, arruinan la proporción y captan expresiones congeladas que ni tú sabías que hacías. ¿La solución? Más amor propio y menos autoflagelo digital. O, al menos, aprender tus mejores ángulos como si fuera parte del currículum.
